A cinco horas de diferencia y a segundos del corazón recordaba ayer
Eran casi las 10. Habíamos quedado donde siempre en esa época. Los bares, locales se dice ahora, iban cambiando de dueños y modas pero siempre estaban los fijos. Llevaba unas botas marrones con bastante tacón, lo suficiente para andar como un pato... seguro que a vosotras os ha pasado lo mismo, una camiseta amarillo limón con una estrella blanca dibujada. Los pantalones eran azules con florecillas blancas de Zara, creo. La camiseta me la había regalado mi tía, la de los veranos madrileños en Galicia. Llevaba el pelo tipo garçon, qué horror cuando me miré al espejo... se había pasado tres pueblos. Te dije las puntas... Un poco de sombra de ojos y una rayita irregular en el ojo. Siempre me ha encantado poner sombra en los ojos. En los labios llevaba gloss. Lo odio, qué pringoso. Además si casi no tengo labio, para qué pasar por eso, con los años lo he dejado y ahora solamente llevo barra de cacao, transparente, así si me salgo no se nota.
Nos había acercado mi madre. Nos dejó un poco antes de la puerta del Vértigo. En la puerta no, qué pensarían...Jose bajó con paso apurado, dentro lo esperaba el primo y unos calimochos. A veces, otros sabores y aromas. Detrás iba yo haciendo equilibrios, entre el pasamanos y la gente que subía y bajaba. Allí estaban, abajo a la izquierda en una mesita con sillones. En la pared imágenes cool en blanco y negro de ciudades y personajes. Un billar y los fijos.
Hola, ¿qué tal estáis?. Mua muá. Bla, bla.. ah, no lo sabías? jajjaja. Y sabes con quién se ha enrollado el otro día? si? pero si no pegan nada... ya, pero ya sabes cómo es. Otra Coronita Elías!. Debo confesar que con los años las coronitas se convirtieron en, si vale échale un chorrito de mora al litro. Así era más dulce...mmmm. Un poco de música. Sonaba Oasis, Green Day, Janis. La gente del insti. Los mayores estaban allí a la derecha cerca de la barra, en grupitos difíciles de alcanzar. Eran ellos lo que te miraban si querían.
En la esquina de la barra, siempre estaba él. Mirada intensa, barba oscura y descuidada, cazadora con bolsillos llenos de colores, y embebido en los placeres de la inexperiencia química. Era él. Era de los fijos. Llevaba una riñonera negra a todas partes y dentro, un pequeño libro y a veces una bombilla.
- Jajajaa. Si, te acuerdas del camión lleno de agujeros
- Sí, pero cómo se llamaba... ah, si, es cierto F.Chao
- Cuánto tiempo ha pasado... casi 20 años no?
- Más o menos. Pero lo de los agujeros no fue en el bar de Elías, fue delante de la Komite (En Lublin también hay un Komitet)
- Ah, si, es verdad. Estábamos apoyados en el muro que bajaba hacia la discoteca.
Se paró. Nos hablaba de un camión lleno de agujeros. Y estaba preocupado por qué pasaría si uno de esos agujeros se caía fuera del camión.
Él era uno de los fijos.
Con tacones y andares de pato recorría sin faltar cada sábado viendo los mismos fijos en los mismos pubs. Los mismos grupitos. La misma música. La misma gente del insti.
Otro día el Vértigo cerró. Komite también y la Rúa, y el Poleiro, el Komokierax... Ya no suena Oasis. Ya no bebo litros, tampoco Coronitas con limón.
Quizás haya caido un agujero del camión y se ha llevado la música, los colores de la cazadora, las pajitas de los litros, los limones, los tacones, los grupitos y la juventud.
Los fijos siguen allí
y yo he tenido que venir aquí.
Es duro estar lejos de ti
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